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Revista Caras
UN GATO Y YO
SOLOS EN
UNA ISLA
LA INCREÍBLE AVENTURA DE ROBERT KULL
EN EL EXTREMO SUR DE CHILE
Aunque también
construyó su propio refugio, anotó con palitos el paso de los días y
practicó la automedicina de urgencia, a
Robert Kull le carga que lo comparen con Robinson
Crusoe: "Yo no naufragué a la fuerza, sino
que fui a propósito en busca del desafío de vivir solitario".
Tras doce meses de introspección en la intemperie austral, este
norteamericano pasó de enemigo a
amigo del viento y vecino de los coigues.
Todo, como parte de una original investigación.
POR ALEJANDRA MANCILLA D.
FOTOS: ALVARO DE LA FUENTE Y ROBERT KULL
Fue fotógrafo, obrero forestal y de
la construcción en Canadá, profesor de agricultura orgánica, buceo y windsurf en Republica Dominicana y se graduó en
sicología y biología en la Universidad de McGill,
en Montreal. Sin embargo, a los 55 años, Robert Kull no se define por
ninguna de las ocupaciones anteriores:"Aunque me fui por opción propia
a vivir un año solo a una isla perdida en los canales patagónicos, no
soy tan diferente de usted. También tengo mis furias, inquietudes,
temores, depresiones, esperanzas y alegrías; soy, simplemente, un
hombre tratando de vivir su vida de la mejor forma posible, que para mí
desde niño ha resultado ser en contacto con la naturaleza, y no a
través del dinero, ni casas lujosas ni ropa fina. Todos buscamos la paz
y la alegría interior y mi búsqueda ha ido por este camino", aclara
para comenzar.
Importante aclaración, si se
considera que este hombre, con mas pinta de protagonista de novela de Jack London que de
Daniel Defoe (pelo al rape, camisa
leñadora, grueso chaleco de lana y firmes botas), eligió una vía nada
tradicional para ir en busca de su destino: "De joven experimenté con
LSD y otras drogas sicodélicas, que abrieron una ventana dentro de mi,
pero que dejé después de un tiempo, por considerarlas dañinas. Luego,
durante la guerra de Vietnam, me fui a Canadá para no ser reclutado.
Ahí talé árboles y fui súper macho (la forma en que aprendo es
experimentando, viviendo. No me sirven las teorías al desnudo). Hasta
que sentí mas fuerte el llamado de la
soledad y a los 28 años partí tres meses a lo mas alejado de la
provincia de British Columbia.
Allí me di cuenta de que, en sociedad, nuestro ego se mantiene siempre
atento, porque guardamos nuestra imagen reflejándonos unos a otros. En
medio de lo salvaje, en cambio, no hay quien nos refleje. La noción de
individualidad desaparece poco a poco, las fronteras se borran y uno
-con mucho trabajo y a veces mucho miedo- puede llegar a sentirse parte
de una unidad con el oso que te quiere comer, los árboles y el universo
entero. Desde entonces, mi practica ha sido budista y mi maestra mas
poderosa, la naturaleza", explica en su español pulido tras nueve años
en el Caribe.
trasbordador en Puerto Montt
Si no hubiera sido por un accidente
en moto donde perdió el pie derecho, tal vez Kull nunca habría llegado
a Chile con su loca idea. Con un pie ortopédico y sus posibilidades
laborales limitadas, fue recién a los 40 años cuando emprendió sus
estudios universitarios y al terminarlos -insatisfecho- comenzó el
rastreo por un tema de tesis doctoral:"Sentía que lo académico era muy
lejano a mi realidad y, en un viaje que hice al sur de Argentina y
Chile, tuve la revelación: mientras volví a Puerto Montt en el
trasbordador, decidí que tenía que hacer mi estudio ahí, en los
canales, en medio de la nada (en Canadá, por alejado que sea, igual
sientes pasar los aviones y ves gente). Obviamente, cuando volví a la
universidad y conté mi idea, primero creyeron que había perdido el
juicio. Poco a poco, sin embargo, se fue formando un equipo
interdisciplinario de sicólogos, economistas, biólogos e ingenieros
forestales que me dieron su apoyo. Me fijé tres objetivos: estudiar mi
proceso de soledad y búsqueda espiritual; asumirme como parte de la
naturaleza; ser lo menos agresivo con el ambiente; e intentar un
transvase entre esa búsqueda interior y mis estudios académicos".
Fue así como, a mediados de 2000,
inició una intensa preparación física, intelectual, sicológica y
espiritual para lo que sería su año de aislamiento en medio de las
inclemencias patagónicas. Recorrió los mapas una y otra vez, en busca
de un destino tentativo; pidió los permisos necesarios al Estado
chileno; pensó en cada detalle, desde cierres y botones de repuesto
hasta destornilladores varios; y compró ropa, libros y gran parte de lo
que serían sus utensilios para la supervivencia:"Al final, lo que más
usé fue la ropa impermeable y las botas de agua y, aunque había llevado
mi traje de buzo, después de meter el dedo al agua no lo pensé mas.
Libros llevé de todo un poco: referencias de medicina, física,
oceanografía y manuales técnicos, pero también hartos de meditación y
filosofía, y cuatro novelas para escapar de vez en cuando. En cuanto a
la infraestructura, compre todo de segunda mano, porque no tenía mucho
dinero. Entre otras cosas, un pequeño bote inflable
a motor, un kayak, dos paneles solares, un molino de viento, una estufa
a gas y otra a leña, una motosierra, un laptop
y un teléfono satelital. También mucho plástico, soga, alambre y cinta
adhesiva, para reparar cualquier cosa", explica.
A principios de 2001, todo estuvo
listo para su aventura.
mágico viaje al sur
"Me gustaría compartir un poco mi
experiencia con usted, lector. Y digo 'un poco', porque aunque el
lenguaje nos permita tocamos unos con otros y estructura nuestra
experiencia, ésta va siempre mas allá de
las palabras. Así, lea, pero también cierre los ojos de vez en cuando,
para viajar conmigo en su imaginación hasta ese lugar mágico en el sur".
"Cuando llegué a Punta Arenas y
luego a Puerto Natales, hace ya un año y medio, la gente se portó súper
bien conmigo. Por eso, lo primero que me gustaría es agradecer a los
chilenos en general, a la Armada por transportarme (no habría tenido
dinero para arrendar una embarcación particular) y a CONAF, que me dio
recomendaciones útiles. Por ejemplo, llevar un gato conmigo, para que
probara los mariscos antes que yo, en caso de que tuvieran marea roja.
Por suerte, al final los dos comimos puro pescado y Cat (le puse así porque era el único gato de la
isla) se transformó en mi compañero inseparable.
En febrero del 2001 comenzó la
aventura. Con mas de dos mil kilos a cuestas (entre los tambores de
bencina, las planchas de construcción, el bote con dos motores, la
comida y todo lo demás), partí en una embarcación de la Armada hasta la
zona que había marcado originalmente en el mapa, la península Staines, 150 kilometres por mar al noroeste de
Puerto Natales, a la altura del parque nacional Torres del Paine, pero en el lado del Pacífico. Ni
alcanzamos a desembarcar, cuando el tiempo se echó a perder bruscamente
y me tuvieron qué dejar en la primera isla apta que encontramos: creo
que esa primera noche fue una de las mas
miserables de todas las que pasé. Perdido en la oscuridad y golpeado
por la lluvia y el viento, sentí que ya había fracasado. La marea subió
tanto que casi se inundó la carpa, mientras las maderas de construcción
flotaban en la orilla. Al día siguiente instalé la carpa más arriba y
me dediqué a leer, mientras Cat -de seis
meses- dormía y jugaba. Nos alimentamos de pura avena, arroz y porotos,
a la espera de una ventana de calma para llevar mis cosas al lugar
pensado originalmente. Esta llegó solo diez días después.
"AL COMIENZO PENSABA IR SOLO, PERO
EN CONAF ME RECOMENDARON LLEVAR UN GATO, PARA QUE PROBARA LOS MARISCOS
ANTES QUE YO, EN CASO DE QUE TUVIERAN MAREA ROJA", CUENTA KULL. AL
FINAL, EL Y "CAT" SOLO COMIERON PESCADO Y
FUERON INSEPARABLES.
Con el mal tiempo casi permanente
(en total deben haber sido 20 días de sol en todo el año) y mi motor de
apenas 15 caballos de fuerza, pronto me di cuenta de que sería casi
imposible trasladar todo hasta el sitio elegido. Miré a mi alrededor y
decidí que el lugar donde me habían dejado no era tan malo después de
todo; tenía una vista espectacular a las montañas y la falta de rió se
suplía con la abundante lluvia. Era una isla de 200 por 300 metros
aproximadamente, de vegetación tan tupida que solo la crucé una vez y
me demoré, dos horas. Esta pequeña bahía que miraba al sureste estaba
bastante protegida y así fue como me puse manos a la obra: en un mes
tuve listo el refugio, un palafito de tres por cuatro metros y forrado
en una doble capa de nylon, para tener mas
luz. Al lado construí la galena, un espacio techado pero al aire libre
y con vista al mar, donde pasé la mayor parte del tiempo y donde puse
la casa de Cat (este lloraba para que lo
dejara entrar al refugio, pero tuvo que acostumbrarse a dormir afuera).
EN MEDIO DE LA NIEVE Y DEL SILENCIO
INVERNAL, LOS ÚNICOS RUIDOS ERAN EL AGUA CHOCANDO SUAVE CONTRA LAS
PIEDRAS, EL CANTO DE LAS AVES Y LOS GRITOS DE LOS LOBOS MARINOS EN UNA
ISLA VECINA. HIZO TANTO FRIÓ QUE HASTA SE CONGELO EL MAR.
Entre la construcción de todo y la
instalación del molino y de los paneles solares en un lugar mas
expuesto al viento y al sol, me demoré tres meses y bajé unos quince
kilos. Fue la etapa mas física del proceso,
antes de replegarme a las lecturas y a la meditación. Al final, el
lugar se convirtió en uno de los mas
cómodos donde he vivido, si no hubiera sido por la intensa humedad, que
se condensaba en el nylon. El agua la juntaba en barriles que ponía
bajo el techo y era muy rica, excepto cuando tenía la estufa prendida y
quedaba ahumada. La electricidad, para una ampolleta y para el
computador, la obtenía de los paneles solares, que cargaban dos
baterías, aunque en invierno -con tantas horas de oscuridad- tuve que
usar una lámpara a gas (llevé tres tanques de propano). A pesar de la
abundancia aparente de leña, ésta estaba tan mojada y era tan difícil
de conseguir, que usé mas la estufa a gas.
Tampoco quería destruir el bosque a mi
alrededor, por lo que la poca leña que usaba la buscaba en playas
lejanas.
dolor de muelas y
lechugas XS
Aunque el objetivo era estar
absolutamente solo y sin ningún contacto con el resto del mundo, si
tenía el compromiso de mandar un e-mail a la universidad, a CONAF y a
la Armada el primer día de cada mes. Si no lo hacía, habrían ido a
buscarme, y para no perder la noción del tiempo, marcaba un palito cada
día en un papel, hasta llegar a 30 (después de algunos meses, no usé
calendario ni reloj).
Algunas veces también pedí consejo.
Por ejemplo, por un dolor de muelas. Desde Canadá andaba con un diente
media suelto, pero pensé que iba a aguantar. Sin embargo, como al
quinto mes se me puso malo. Le echaba agua salada, tomaba antibióticos,
pero me molestaba demasiado, y no quería dejar la isla por un detalle
tan insignificante. Le escribía mi soda, que es enfermera, y esta me
dio la vieja y temida receta: que no fuera gallina, que lo amarrara a
una puerta, tirara...y ya. Pero mi puerta no servía, porque era
demasiado liviana y aunque pensé hacerlo con una roca, tampoco me
atreví. La verdad es que me dolía mas la cabeza, de solo pensarlo, que
la boca. Al final, tomé dos analgésicos, amarre el diente a la pata de
la mesa y tiré. Salió un poco de sangre, pero nada mas.
No fue gran cosa, me sentí mucho mejor.
El momento mas
difícil vino después. Con tanta lluvia, las piedras estaban tapadas de
musgo y eran muy resbalosas, tanto que hasta Cat
y los patos se resbalaban. Yo trataba de caminar con mucho cuidado,
pero un día igual me caí y me desgarré varios músculos de los brazos.
Estuve varias semanas prácticamente inmovilizado y haciendo ejercicios
suaves para atenuar el dolor. Apenas podía salir en el kayak o cortar
leña y tuve que dedicarme a seguir el movimiento de los quetros que
vivían (frente a mi casa. Estos son patos grandes, que no vuelan. Lo
más entretenido era seguir sus peleas, verdaderos tangos para custodiar
su territorio. También pasaban delfines, nutrias, gaviotas, águilas,
cóndores, picaflores... algunos tan mansos que no tenían problemas de
entrar en mi refugio y posarse en mi hombro. Aquí tuve las primeras
peleas serias con Cat, que quería
comérselos a pesar de saber que eran mis amigos. Le costó entender que
no podía acercarse si yo estaba con ellos, y bastaba que yo me alejara
un poco para que el retomara sus instintos cazadores.
En media de la nieve y del silencio
invernal, los únicos ruidos eran el agua chocando suave contra las
piedras, el canto de las aves y los gritos de una colonia de lobos
marines en una isla vecina. A diferencia del verano, casi no corría
viento y las horas de luz eran apenas ocho, aunque mi refugio estuvo
tres meses sin recibir ni un rayo de luz directa. Hizo tanto frío que
hasta se congeló el mar. Fue un periodo en el que me centré en mis
lecturas y escribí bastante. También saqué muchas fotos (unos 36
rollos).
"ME LEVANTABA, HACIA UNA HORA Y
MEDIA DE MEDITACIÓN Y OTRA DE EJERCICIOS, DESAYUNABA (CAFÉ Y AVENA) Y,
SI EL TIEMPO ESTABA BUENO, SALÍA A PESCAR, BUSCAR LENA 0 EXPLORAR.
LUEGO PREPARABA LA COMIDA: LLEVE 300 KILOS DE LEGUMBRES Y ARROZ".
Mis días no tenían una rutina
establecida, y consistían más o menos en levantarme, hacer una hora y
media de meditación y otra de ejercicios, tomar café y comer algo
liviano y, si el tiempo me acompañaba, salir a pescar en el kayak (el
pescado mas común era la cabrilla), buscar leña o simplemente explorar.
Luego volvía, leía o me quedaba meditando bajo la galena, reparaba lo
que estuviera malo y luego cocinaba, casi siempre legumbres y arroz:
llevé 300 kilos en total, además de diez kilos de papas, ocho latas de
leche y otros. En general, la cantidad de alimentos la calculé
multiplicando lo de un día para todo el año, por lo que no podía comer
más que lo que había calculado. También tuve que tomar vitaminas,
porque la única ensalada eran los brotes de lenteja: todos mis intentos
de sembrar fracasaron. Aunque le eché cenizas, algas marinas y hasta pipí a mi plantación de lechugas, después de
tres meses éstas apenas median un centímetro. En cuanto a detergentes,
solo llevé jabón natural, que usaba por igual para el cuerpo, la ropa y
los platos.
Otra actividad durante dos meses
fue estudiar el movimiento de los mauchos,
unos mariscos que viven pegados a las rocas: algunos avanzaban hasta
tres metros por noche y otros no se movían nada durante semanas. En
Canadá tendré que sacar las conclusiones y presentarlas como "el lento
baile de los mauchos australes"
El domingo era un día especial,
porque me daba el único baño de la semana (tenía que calentar agua en
la estufa), hacia pan y luego un menú diferente, casi siempre papas
fritas con tocino. En las noches tomaba un sorbo de drambuie, whisky o
brandy, muy dosificado, porque solo llevé una botella de cada uno. Otra
fecha importante eran los días de luna llena, cuando fabricaba en la
playa una especie de sauna con unos polos y un plástico encima. Al lado
hacía una fogata y luego tomaba las piedras calientes y las metía
dentro de esta pequeña carpa. Era una forma de orar, limpiarme y
conectarme con los indígenas canadienses, que me enseñaron esta
práctica. Los solsticios también los celebré así.
peligro y calma
Me preguntan si alguna vez estuve
en peligro de muerte y la verdad es que no, aunque sí viví una
situación bastante complicada. Una mañana, después de un fuerte
temporal, me levanté y vi que el bote estaba tumbado en la playa, con
los dos motores en el agua. Eso significaba que solo me quedaba un
tanque de gas -los otros dos estaban en el lugar de desembarco
inicial-y tampoco podría traer leña de las otras islas, porque la
capacidad del kayak era limitada.
Corrí en busca del manual y por
suerte éste tenía exactamente las instrucciones de que hacer "si su
motor se hunde en agua salada". No sé como, pero hice lo que decía y el
motor anduvo... el único problema fue que, de allí en adelante, siempre
temí que se quedara en pana en media de los canales. Por seguridad,
igual siempre llevaba teléfono satelital, comida y carpa. Lo mas osado fue un viaje de 300 kilómetros a un
glaciar, donde no sabía si el motor resistiría.
La gente me pregunta como lo hice
para no hablar durante todo un año, aunque en realidad si hablaba,
conmigo mismo y con el gato. Hacía el final, sin embargo, fui
suprimiendo estas conversaciones, ya que parte del plan era dejar los
pensamientos habituales. Pasado el proceso físico y de estudio, me
centré en meditar, a través de la respiración y enfocándome en el
presente. Incluso, actividades como comer y caminar eran de meditación
y descubrí una de las ventajas de la soledad: hay muy pocas
distracciones, lo que se convierte en una gran ayuda para la práctica
espiritual.
No fue fácil, porque al principio
sentía que el viento, las piedras y el agua me atacaban
y me di cuenta de que me escondía de ellos en mi refugio. El
último mes, por eso, lo pasé casi por completo durmiendo bajo la lluvia
y tratando de ver estos elementos como mis maestros y no como mis
enemigos. Me hice volantines para "salir a cazar al viento" y aprendí a
jugar con el, en lugar de luchar en su contra. A medida que me fui
abriendo, comencé a sentir todo vivo a mi
alrededor: debajo del aparente conflicto, había unión y yo era parte de
ella. Si me preguntan si soy creyente, sí creo en algo mas allá del
mundo físico, sea un espíritu o como se llame. Lo importante es abrir
el corazón y la mente y sentir su presencia. Tuve momentos tan felices
en la isla, que a veces hasta pensé en quedarme...
isla sin nombre
...Pero no lo hice. Después de
vivir un proceso tan intensamente, sentí que debía cerrarlo. Cuando mi
socia llegó a buscarme a la isla, doce meses después, muchos le dijeron
que tuviera cuidado, que tal vez me había vuelto loco. El que más se freaked al verla, sin embargo, no fui yo, sino Cat, que no podía creer que hubiera otro ser
humano en el planeta. Para mi, la vuelta no
fue tan pesada, y ahora siento que parte de mi proceso espiritual es
abrirme a la gente -como me abro a la naturaleza- y compartir esta
experiencia con usted. Aunque esperaba volver "iluminado" y lleno de
enseñanzas que entregar, concluí que no hay respuestas inmediatas, que
las transformaciones espirituales no son transmisibles ni fáciles de
lograr y que cada uno tiene que hacer su propio trabajo. Podemos
encontrar nuestra propia naturaleza yendo mas allá de nuestros
conceptos mentales y costumbres, y una manera sencilla y directa de
hacerlo es concentrándose en la respiración. Esto es una senda hacia el
interior. Lo mas importante es no
"escaparnos" sino quedarnos aquí, en el presente de nuestra propia
vida. Poco a poco, podemos aprender a alejarnos de nuestros deseos y
aversiones y ver nuestra vida como parte del gran movimiento del
universo. Realmente, lo que buscamos en la vida solo podemos
encontrarlo dentro de nosotros y no controlando o creyéndonos dueños
del mundo exterior. Si nos enfocamos solo en las posesiones materiales,
estamos perdiéndonos más y hacienda cada vez mas daño a la naturaleza.
La gente me pregunta si
recomendaría este tipo de experiencia para lograr el autoconocimiento, pero la verdad es que no. La
soledad tan absoluta no es fácil y solo puede soportarse si uno siente
el llamado desde dentro y no impuesto: si uno necesita que se lo
recomienden, entonces no esta listo.
La otra conclusión fue que, aunque
tratara de prescindir de todo lo civilizado, al final tuve que asumirme
como un gringo blanco que necesitaba de ropa, alimentos y techo para
sobrevivir, y que lo mas que podía hacer era ser lo menos nocivo
posible. Por eso traté de no dejar huella, desarmé el refugio y la
basura la traje de vuelta. Ahora que me preparo para volver a Canadá, a
escribir mi tesis, muchos me preguntan si le puse nombre a la isla
donde pasé un año de mi vida. Pero no la bauticé: eso habría sido como
tomar posesión de ella, y si algo me quedo claro es que sólo fui su
visita; nunca su dueño". •